sábado, 2 de febrero de 2008

8.-Demente Martínez

Su nombre es Demetrio Martínez, pero todos le llaman Demente.No es cosa de extrañar, está como un auténtico cencerro. Desde pequeño había sido el hazmerreír de todos. Ridiculizado desde los tiernos parvulitos por toda clase de imberbes e indeseables niños babosos hasta hoy día, tiempo en el que le cobran de más en todos los establecimientos y le miran con recelo y malos ojos allá donde pisa. Demente es un marginado. Es una persona aislada por la sociedad, uno de tantos, uno de esos desastres de la naturaleza difíciles de explicar e imposibles de comprender. Feo (horrible), humilde (pobre como un perro) y con pocas luces de propina (30 % de discapacidad cerebral). Esa escasez de ideas fue la que sin duda le llevó a apalear sin razón, a dos almas de la caridad que, amablemente le estaban haciendo la vida imposible allá en su época de estudios… malos años para Demetrio, muy malos. Ese día, los amables chicos en cuestión, le estaban haciendo la vida imposible al tercero en discordia. No se les ocurrió nada mejor ese aciago día, que empezar a quemarle los pelos de las piernas con un mechero trucado para tal efecto. Un lanzallamas, vamos. Por fin salió de su ensimismamiento y su indolencia. No fue la mejor manera, pero a partir de ese día, Demetrio, no volvió a ser objeto de burla de nadie (al menos no en su presencia); esos diez minutos cruciales de su vida acabaron con los dos angelitos en el Hospital Ramón y Cajal aquejados de varios traumatismos, en los que, mejor no ahondar para no herir sensibilidades… A partir de ese estallido de violencia le dejaron de tratar como a un palurdo ignorante. A partir de ese día fue para el resto de su compleja vida, un indeseable marginado. Un eslabón perdido de la sociedad. Un psicópata peligroso y un anormal violento. Todos esos calificativos fueron creciendo con el tiempo, lo que no es fácil. Pero lenguas viperinas no faltan en ningún barrio de este sucio Madrid.
“¿Cuándo piensas poner freno a esta miseria que llamas vida?”
—¡Que os den por culo a todos! —Demente se dispone a dar una vuelta de tuerca más, a su penosa vida—. ¡Esta noche os voy a joder a todos!
“¿Por qué hablas así loco de mierda? ¿Es que acaso has perdido el juicio?”
—¿Qué juicio ni qué cojones? No empecemos como siempre que te conozco… Esta noche voy a quemar esta mísera ciudad de basura inmunda, este antro de serpientes, este agujero negro de hipocresía y ambición, este…
“¡Cállate tío mierda! ¿Qué digo mierda? ¡La única flatulencia que has llegado a ser fue cuando mandaste a esos dos gilipollas al hospital!”
—Dios, me estás jodiendo la vida…
“Pero… entonces, ¿de qué coño hablas? Que si vas a matar a no sé quién, que si vas a quemar este garito, que si vas a hacerte una paja mirando a la vecina del primero… maldito Demente ignorante…”
—¡No me llames así joder! —Demetrio se retuerce en sí mismo, dolorido por un golpe invisible.
Ha llegado de trabajar hace unos minutos. Como siempre, ha cerrado su desvencijada puerta de un portazo seco, está enfadado. “Ese cabrón de vendedor de cupones me la ha vuelto a jugar, un día de estos se le van a acabar las ganas de no devolverme el euro de marras”, piensa Demetrio mientras enciende la tele. Una tele, en la que solo puede ver dos canales gracias a su infinito saber sobre los aparatos digitales. ¿Lo único de lo que quizás puede sentirse orgulloso?: fue capaz de ponerse el Adsl. Él sólo, increíble. Está alterado y cabreado, el de los cupones le ha toreado, como casi todos los días. Pero no ha reunido el valor suficiente para decírselo, la frutera, como de costumbre, también ha abusado de sus cortas entendederas. Esta vez le ha sacado una manzana de la bolsa cuando creía que Demente no la estaba observando…
“Eres un enclenque, un flojo, un mierdecilla, ni siquiera eres capaz de ponerle las cosas en su sitio al cabrón del ciego, si al menos…”
—¡CÁLLATE!
“... tuvieras valor de cantarle las cuarenta a la frutera por robarte, pero claro ¿Cómo le vas a decir nada, quién te procuraría esos ratos de onanismo a la vuelta del trabajo? ¡Serás gilipollas! ¿No creerás que una mañana vas a despertar con la boca de la frutera en tus diminutas y oxidadas partes? ¡Ja! Menudo tío mierda estás…”
—¡QUE TE CAAAALLEEEEESSSSSSSS!
“¡Pues si quieres que me calle, actúa de una vez! Deja de ser un idiota temeroso de un tullido ciego y de una muñeca hinchable que vende fruta, ¡A qué coño estás esperando patoso! ¡Mueve el trasero ya”
—¡Lo haré! ¡LO HARÉ!
Demente está mirándose en el espejo. Con el rostro que se le queda siempre impreso cuando habla con su otro yo. De pasmado. De terror… su antítesis le aboca a menudo al camino del ojo por ojo, a la senda de la venganza. Demente está listo. Su alter ego, ha provocado que la fría cólera le embargue de nuevo para ayudarle en su misión. Sus deseos de sangre y vandalismo, sus más bajos instintos se han puesto a funcionar… las travesuras están servidas. Ésta noche… le va a convertir en un icono de destrucción.
Sale de casa y baja al tercer piso, la siliconada y perfecta vecina le saluda estúpidamente. Le da un empujón y la lleva a la cama arrastrándola de los pelos. Allí le hace todo lo que se le antoja y un poco más. Antes de marcharse la abofetea en pleno rostro y le lame los pezones. Se viste y sale a la rúe. Cerca de allí, divisa una viejecita que se dispone a entrar en una cafetería. Se acerca a ella con un palo que muy a mano le ha venido encontrar en el suelo. Con metódica precisión la apalea hasta que para de contorsionarse. Los consumidores del local salen alarmados por los gritos ahogados de la víctima que repta por el suelo en busca de un auxilio que parece no llegar nunca. El recibimiento es brutal. El enorme palo da buena cuenta de todos según van saliendo. Sin tan siquiera mirar atrás, se marcha del lugar y entra en un bar. El camarero le pregunta mecánicamente qué desea. Le agarra por el cuello y le estampa contra el mostrador, rompiendo los cristales. Se limita a coger un plato con una solitaria patata ali oli, e irse del local. En la puerta choca con un transeúnte, al cual le endosa cuatro directos perfectos que lo tumban en el suelo boca arriba. Le estampa el plato, ya huérfano de patata en la cara y prosigue camino…
“Lo estás haciendo muy bien Demente, sigue, ¡VAMOS JODIDO LOCO!… me ha encantado lo de la vecinita… ¿Qué tenemos de segundo plato?”
Al final de la calle sabe que está la armería, hacia allí se dirige. Le dice al dependiente que le saque la escopeta más potente que tenga. El vendedor le propone una Grulla de dos cañones para matar jabalís, caza mayor. Son 1.300 euros. Acto seguido coge el arma y se la estrella en la cabeza al infeliz comerciante. Instantes después carga el arma con los enormes cartuchos que hay en el mostrador. Sale de nuevo y ve un coche patrulla que destella mil luces y un estruendo sordo le confunde…
—Sabía que esto se iba poner feo, lo sabía joder…
“¡Cierra el pico y cárgatelos maldito cagón de mierda!”
Levantando los brazos, como si de un ángel vengador se tratase, se pone en medio de la carretera bloqueando el paso a los policías. Por suerte, el cañón de la escopeta tiene dos bocas llenas de muerte. Acaba con los dos agentes con solvencia y vuelve a cargar el arma… cerca de allí se encuentra un vendedor de cupones que se mueve nervioso en círculos…
—¡Por fin! ¡Vas a recibir lo que te mereces ciego cabrón!
Se encamina hacia el invidente y a menos de un metro de distancia le revienta la cabeza con uno de los proyectiles. Ya en el suelo le dispara de nuevo, esta vez en el pecho y patea con saña el inerte cuerpo hasta que se percata de que le están rodeando. Algunas personas se dirigen a él. Pero le da tiempo a volver a cargar el arma y frena a uno e ellos en seco volándole un brazo. Los demás huyen corriendo. Gira la cabeza y ve la entrada a un mercado, corre hacia la puerta y mira. Por suerte está lleno. Hace buen uso de la culata de la escopeta tumbando a dos señoras que hacen cola en la pescadería. Enfrenta la frutería en la que, una chica despacha con gracia a la clientela. Se acerca y le descerraja un tiro a bocajarro a la muchacha, la cual cae desparramando caóticamente el género…
“¿A que sienta bien enclenque?”
Las manos de Demetrio tiemblan de forma convulsiva. Se las mira y habla muy alto:
—¡DIOS! Esto es demasiado, pero… ¿Qué he hecho? esta vez me he pasado de la raya… esta vez no me van a volver a dejar…
“¡Y qué mas da! Anda, no seas aguafiestas y deja de decir tonterías… ¡Ah! Y cierra ya el dichoso programa ese del Second Life. Al final te vas a volver loco de verdad.”

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