sábado, 22 de marzo de 2008

4.-El peso de la sombra

Los cristales se derrumban a mi paso y salpican la estancia de estruendo, sangre, brillos y gritos. Queda inmóvil a mis pies, estirado en el suelo, sin atreverse a volver la cabeza. Pretende que lo tome por muerto, pero la sangre aún brota con rasmia para abandonar ese cuerpo, podrido por el lamento y la culpa, incapaz de dar un paso por miedo a cortarse con el filo que lo sostiene. Ahora tarde o temprano caerá, y recogerá lo sembrado con llagas y sombras.

No quedan, así que Daniel coge una cesta sin ruedas. Pan de molde, mantequilla, suizos, café soluble y leche entera. Desnatada. El camino a casa parece más largo, y la tienda de mobiliario exótico es la única que queda abierta. En el portal huele a pizza a domicilio y a naftalina. Evita mirarse en el espejo del ascensor. La puerta tiene el cerrojo de arriba echado, así que busca entre las llaves, que se hacen notar en el eco de la escalera.

Dentro la oscuridad lo invade todo. La luz del portal se refleja en varios espejos del salón, que proyectan formas extrañas sobre el techo. Daniel busca el interruptor sin dejar de mirar dentro, para no dejar escapar nada en el momento de encenderse la bombilla. La cocina está fría y desangelada; no hay nada esperando en el fregadero ni en el escurridor. El hedor que desprende el interior del frigorífico le urge a llenar la bolsa de basura, en la que acierta a ver un tetrabrik de leche. Desnatada.

En el pasillo las dos puertas siguen cerradas. Pasar por delante con éxito supone llevar la cabeza a otras cosas, acelerar el paso y rogar por no escuchar ningún ruido dentro durante el proceso. Pero es débil, y cede.

Su espalda se tensa y trata de tragar saliva, pero descubre que sólo sus oídos responden. Su respiración resuena cada vez más apresurada en el vestíbulo, pero el viento golpea contra las persianas del salón y le obliga a desviar la mirada hacia la sombra que cubre los muebles. Sus ojos tiemblan esperando que nada se mueva, que ningún bulto parezca visible sobre el sofá, que ninguna cabeza se gire y la luz de la bombilla se refleje en unos ojos conocidos pero no amigables. Verdes. Blancos. Que nada parezca más negro de lo que es. Que nada suene. Que nada suene.

Un chasquido detrás de la puerta de entrada lo empuja contra la gélida pared, y su brazo da con el interruptor. Todo se desvanece. En su lugar un espejo refleja la luz a través de la mirilla y, presa del pánico por no ver nada más, cierra los ojos. Pero la imagen de todo lo que había es más vívida que antes, con sus blancos y negros informes sobre el lienzo del párpado, titilando a la vez que todo parece moverse y nuevas luces luchan por atravesar la habitación y llegar hasta él. El feroz timbre metálico de dos notas perfora el frío interior, y él descubre que sus muslos, en contacto con el mármol, se humedecen. Alguien espera fuera.

Cuando levanta un brazo y acciona de nuevo el interruptor, consigue abrir los ojos. Todo es amarillo y marrón, y no hay nadie sentado en el sofá, mirándole fijamente.

- ¡Daniel!

Se levanta, reconfortado por la voz de la vieja de arriba, y abre asomándose tímidamente.

-Daniel, hijo. Se me olvidó decirte antes que para lo que necesites, ahí me tienes. Ya sabes. Dame un abrazo, guapo.

El olor a naftalina lo tranquiliza un poco, pero en seguida recuerda el incidente con sus pantalones, y se despide amablemente de la anciana.

Coge una manta del armario del cuarto de invitados, y se tumba esperando conciliar el sueño, agotado por el cansancio y el dolor. Sin embargo, no recuerda la foto que había puesto también sobre la mesilla de aquella habitación, y encontrarse con ella no calma sus nervios. Tan pequeño. Tanto tiempo sin él.

Al amanecer, la chimenea se alza sobre las nubes rojizas mientras se aproxima al caserón. Apaga las luces y reduce la velocidad, esperando que la tierra bajo los neumáticos no haga ruido, por si acaso. Baja del coche. Entra en la caseta del pozo y retira la placa metálica que cubre el agujero. ¿Qué está haciendo? Ata una soga a la viga y saca una foto. Se desploma y empapa con sus lágrimas la cara de alguien. Por fin la deja sobre el suelo.

¿Qué quiere decir? ¿Qué quieres decir?

- No fue un accidente.

Furiosa, lo miro a través del ventanal, y grita.

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