lunes, 4 de febrero de 2008

14.-Un cuento de zorros

Esta historia que hoy os voy a contar sucedió hace mucho, mucho tiempo. Tanto, que todavía las personas no habían llegado a lo que hoy es España y África, y simplemente eran conocidas por los animales como “el Bosque” y “el Desierto”. No os sorprendáis tanto: antes de que los humanos llegasen a la Península, ésta estaba cubierta por un gran bosque. Bien, por aquél entonces los animales campaban y charlaban por todos lados con total tranquilidad. Sí, he dicho que hablaban. Lo que sucede es que ellos son muy desconfiados y disimulan cuando ven a un humano, por eso nunca los habéis oído (excepto los loros, considerados los rebeldes del reino animal. Por eso nadie los soporta).

Pues érase una vez un zorrito llamado Mohamed que vivía en el Desierto con su madre, Sarah, y eran muy pobres: apenas podían conseguir algo de comida para saciar su hambre, y todos sabemos lo difícil que es encontrar algo en un desierto (¿Se os ha perdido alguna vez un céntimo en la playa? ¡Pues imaginad eso pero a lo bestia!). Sin embargo Mohamed era un chico muy risueño y optimista. Todas las mañanas, muy temprano, subía a lo alto de una gran duna desde la que se podía distinguir, con un poco de imaginación, la silueta del país vecino.
-¡Algún día viajaré a ese lugar mami! –decía, muy contento- Iré allí y trabajaré duro para poder traerte conmigo, y no volveremos a pasar tanta hambre.
Su madre movía el hocico con tristeza, sonreía y lo acariciaba con ternura.

Pero un día Mohamed encontró en el desierto un pedazo de carne, y volvía muy contento con su hallazgo cuando se cruzó con un gran lagarto. Al ver cómo lo miraba, el chico apretó bien fuerte los colmillos en su comida.
-Pareces un muchacho despierto –comentó el reptil, observándole fijamente- ¿No estás harto de malvivir en este asqueroso desierto, habiendo en el mundo muchos lugares interesantes y ricos?
Mohamed se detuvo y soltó la carne con cautela.
-¿Qué quieres decir?
-Ofrezco viajes al Bosque muy baratitos para jóvenes como tú. Mi agencia tiene barcos muy buenos para cruzar el mar.
“¡Es la oportunidad de mi vida!” Se decía Mohamed.
-¿Y cuánto pides por esos viajes?
-Toda la carne que llevas ahí –contestó el lagarto, sacando su larga lengua bífida.

El zorrito dudó, pues eso era todo lo que su madre y él tenían para comer en varios días, pero al final accedió. Sarah lloró mucho cuando su hijo le comunicó el proyecto, y trató de convencerle para que no se arriesgase. Pero Mohamed argumentó que, de todas formas, si ahora se negaba no recuperarían la carne, de modo que siguió adelante con su idea.

Emprendió el viaje, que duró dos días. Empleó uno entero en llegar desde su casa hasta la costa, y al siguiente le enseñaron su “barco”: más parecía un tablón con una barandilla. Además, en la barca no iba sólo él, sino siete zorros más, de modo que iban muy apretados. El viaje por mar duró un día entero y fue terrible, entraba agua por todas partes, tenían frío, hambre y dos veces estuvieron a punto de volcar.

Al llegar, Mohamed tuvo que permanecer varios minutos quieto para observar a su alrededor: ¡Qué colores! ¡Qué aromas! El Bosque era mucho más bonito de lo que nunca había imaginado. Además no era como el Desierto, donde el único sonido existente era el del viento: allí se sentía la vida, el canto de los pájaros, la actividad de los animales. Muy contento, Mohamed se adentró entre los árboles dispuesto a conocer a sus nuevos vecinos. Pero cuando llevaba ya un rato caminando se hizo el silencio a su alrededor. Mohamed se detuvo, sorprendido. Después comenzaron los murmullos: “¿Quién es ese?” “¿Qué es lo que ha venido a hacer aquí?” “Seguro que viene a por nuestra comida ¡Que se largue con los de su clase!” De pronto otros zorros salieron de detrás de los matorrales, pero eran muy distintos de Mohamed: eran más grandes, con las patas y la cola más larga; su pelaje era mucho más oscuro, casi rojo; sus hocicos más afilados y largos; y sus orejas visiblemente más pequeñas. No lo miraban precisamente con simpatía. El zorrito del Desierto comenzaba a sentirse asustado.
-¿Qué quieres? –dijo secamente uno de ellos.
Mohamed retrocedió un poco, pero aún así contestó con voz suave pero firme:
-Me llamo Mohamed y soy del Desierto. He venido hasta aquí porque la vida en mi tierra es muy difícil y solitaria, y me gustaría trabajar para poder traer a mi madre, que es mayor y débil, para que no tenga que pasar tanta hambre.
Los murmullos se reanudaron. “¿Del Desierto dice? ¡Allí son todos como ratas!” “¿Has visto qué pequeño es?” “¡Para colarse mejor en las madrigueras, seguro!” “¿Y has visto sus orejas? ¡Son enormes!” “¡Y pretende traer a su madre! ¡Si seguimos así el Bosque se convertirá en un nido de ratas de desierto!” “Mira qué color más horrible tiene: es casi canela”.
-Aquí no hay sitio para ti, extranjero. ¡Vuelve por donde has venido! –sentenció el zorro portavoz.

Volver, ¿Pero cómo? No tenía nada para pagar el viaje de vuelta. Además, Mohamed era muy cabezota, y estaba convencido de que lograría ser aceptado si trabajaba duro. Pero aquél era otro problema grave: nadie parecía querer darle trabajo, así que cada día que pasaba tenía más hambre, superando incluso la que solía tener en su hogar. Echaba de menos a su madre, y comenzaba a preguntarse si el viaje había merecido la pena.

¡Pero siempre hay gente bondadosa en los cuentos! Un viejo cuervo le propuso a Mohamed un trabajo de construir madrigueras para tejones a cambio de carne y el chico, que tenía buenas zarpas, aceptó encantado.

¿Gente bondadosa? ¡Era el trabajo más duro que había hecho en su vida! Se pasaba el día con tierra y barro hasta los hombros, apenas le dejaban descansar, las zarpas le dolían y le sangraban... ¿Y para qué? Para un muslito que apenas rellenaba el hueco que sentía en el estómago. Nuestro zorrito se sentía muy solo, hasta que conoció a Jim. Jim era un cachorro de pocos meses que había cogido la costumbre de ir a ver todas las tardes a Mohamed, quien le tenía mucho cariño porque era el único que hasta ahora le trataba como a un igual, sin maldad ninguna. Era muy vivaracho, y siempre estaba preguntándole cosas como: “¿Todos en el Desierto sois así?” “¿Por qué tienes las orejas tan grandes?” “¿Tienes tanto pelo en la planta de las patas para saltar de cactus en cactus?” Mohamed, respondía a todas sus preguntas con paciencia.

Pero un día dejó de ver a Jim. Su madre lo había mandado al colegio, algo que en el desierto no había y que era nuevo para Mohamed. Aquellos meses le resultaron especialmente duros, pues no tenía a nadie con quien hablar (el viejo cuervo dando órdenes y refunfuñando detrás de él no servía). Para cuando volvió a ver al cachorro, éste se había convertido en un zorro grande y hermoso (no os extrañéis, los zorritos crecen muy deprisa, y en un año casi tienen ya el tamaño adulto. ¿Los que tenéis perritos en casa no habéis visto lo grandes que se ponen en cuestión de meses? Pues ya sabéis por qué). Estaba hablando animadamente con un grupo de animales, parecía muy orgulloso. Pero cuando vio a Mohamed, volvió la espalda y se alejó como si no le hubiese visto. ¿Qué pasaba con Jim? Pronto lo descubriría.

Una mañana el Bosque amaneció alterado: un árbol había caído y aplastado la madriguera de uno de los zorros locales. Pocos animales habían visto al leñador por la noche, y su voz era ahogada por la del resto de los animales, que se encontraban discutiendo la causa del accidente: “¿Un rayo?” “No, no hubo ni tormenta ni fuego” “¿El viento?” “No, no fue tan fuerte” Hasta que una liebre se golpeó la cabeza con una pata y exclamó:
-¡El extranjero!
Se alzó el griterío, y todos fueron a buscarle. Encontraron a Mohamed en el arroyo, lavándose el hocico antes de empezar a trabajar. Levantó la cabeza sobresaltado al escuchar la muchedumbre, pero apenas podía entender lo que le gritaban: “¡Asesino!” “¡Sinvergüenza!” “¡Seguro que fue él, no hay más que ver sus ojos!” “¡Míralo, cómo se chulea! ¡Yo en esa parte del arroyo ya no bebo!”
-¿Pero qué pasa? –logró hacerse oír Mohamed.
Todos se callaron y lo miraron fijamente. Parecían estar esperando algo.
Un zorro se adelantó. Era Jim.
-¿Y te atreves a preguntarlo? Un árbol ha caído esta noche y ha aplastado la madriguera de uno de los nuestros.
Mohamed se quedó sin habla. No tenía ni idea.
-¡Dios mío! ¿Les pasó algo a los habitantes? –preguntó con preocupación.
-¡Cállate! Eso a ti no te importa –dijo con sequedad el otro-. Debiste irte hace mucho, extranjero. Ni tú ni ninguno de los tuyos es bien recibido aquí.
¿Por qué Jim le hablaba de esa manera? ¿Y por qué de repente le llamaba “extranjero”?
-P-Pero ¿Por qué...? –de pronto cayó en la cuenta, y añadió lentamente- Creéis que yo lo hice, ¿No? ¿Cómo podéis pensar eso? ¡Yo no tengo nada en contra de ninguno de ustedes! ¡Desde el primer día que pisé vuestras tierras me he esforzado por vivir en armonía y trabajar como uno más! Además, ¿Me veis con fuerzas para tirar un árbol?
Tenía razón: había perdido mucho peso y los huesos se le notaban bajo el pelo. Pero los rostros que lo miraban no se alteraron.
-Te irás mañana, en un barco para los de tu clase –sentenció Jim.
Y se fueron. Mohamed no tuvo fuerzas para replicar.

Al día siguiente, un oso lo acompañó (o sería más preciso decir que lo arrastró) hasta donde se encontraba su barco. No era el único zorro que era mandado de vuelta: allí había al menos nueve, algunos incluso los conocía del primer viaje. Al partir, no vio a Jim por ninguna parte, aunque antes de subir a bordo le pareció ver una mirada fría en los matorrales. Pero prefirió pensar que esos ojos no eran los suyos, no, nos los de su querido Jim, el zorrito que tantas tardes agradables le había dado mientras cavaba. Suspiró: aquello ya no tenía remedio.

La barca era buena y grande, de modo que el viaje esta vez fue tranquilo y casi agradable. Cuando llegaron al Desierto, Mohamed no pudo evitar sentirse muy feliz: le volvieron a llegar aromas familiares y el calor alivió sus huesos, no acostumbrados a la humedad del Bosque. Su madre seguía igual que cuando la dejó (un poco más delgada, quizá), y el reencuentro fue muy emotivo, ambos derramaron muchas lágrimas de felicidad al comprobar que el otro se encontraba bien. Pero cuando Sarah le preguntó cómo le había ido en el Bosque, Mohamed se puso serio y contestó:
-Es un lugar muy hermoso donde hay colores que nunca había imaginado, sonidos que nunca había escuchado y olores que jamás había olfateado. Pero tanto el clima como sus gentes son fríos, y su carácter es más hostil que todo este desierto junto. Algunos son “gentes-espejismo”: al principio parecen de una manera, pero luego son otra completamente distinta. No te gustaría, mami. Además, no creo que la humedad te sentara demasiado bien.

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