lunes, 4 de febrero de 2008

7.-El falso viajero

Lord Monty era un hombre desgraciado. Y eso, aparentemente, no tenía ningún sentido: las riquezas y posesiones que sus antepasados habian ido acumulando a lo largo de las generaciones y los años le permitían vivir despreocupadamente en su enorme castillo, situado en la cima de una pequeña colina que desembocaba en una playa flanqueada por dos grandes espigones que la protegían de las inclemencias climatológicas. Cuentan las leyendas que su tatarabuelo, Lord Monty I, lo construyó piedra a piedra, extrayéndolas de una cantera cercana, transportándolas hasta la cima de la colina y tallándolas con sus propias manos.

No en vano, la familia de la que descendía Lord Monty era una de las más nobles y antiguas del país, y él había presenciado cómo reyes y príncipes eran invitados habituales a las fiestas organizadas en el castillo desde que tenía uso de razón. Era algo normal ver a todas esas personas alabando a sus padres y abuelos, agradeciéndoles su enorme aportación a la grandeza del país. Como si ellos fueran los reyes y los reyes sus lacayos.

Este, precisamente, era el mayor quebranto de Lord Monty: nunca habia hecho algo realmente importante, ni poseía otras cualidades que lo hicieran merecedor de la noble herencia de su familia; simplemente se dedicaba a vivir de las rentas que sus ancestros se habían procurado. El origen de este comportamiento estaba profundamente enraizado en su carácter miedoso y pusilánime. No había cosa que no temiera, pero al mismo tiempo no había cosa que más deseara que ser reconocido y reverenciado por todos. Quería que reyes y príncipes le alabaran, como habían hecho con sus progenitores, pero le atemorizaba realizar cualquier hazaña digna de elogio por los enormes riesgos que éstas conllevaban. La situación se hacía más insostenible cada día que pasaba; cada vez sus fiestas estaban más vacías y se comenzaba a rumorear que con él "se había puesto fin a la gloriosa dinastía de los Montgomery".

Una tarde Lord Monty se encontraba paseando por la playa cercana a su castillo mientras intentaba relajar su mente de aquella presión. De pronto, su pie derecho se trabó con algo que le hizo tropezar y caer, llenándose sus costosas vestimentas de arena y provocando un enorme enfoado. Rapidamente este enfado se transformó en curiosidad, y más tarde en fascinación. Pues con loque Lord Monty había tropezado era ni más ni menos que una pieza de artesanía, absolutamente desconocida y evidentemente ajena a la cultura de la región. Al principio, Lord Monty no le otorgó mayor importancia al descubrimiento, pensó que debía tratarse de algún objeto procedente del botín de un naufragio cercano que había sido arrastrado por la marea hasta la playa. No obstante era un objeto hermoso, así que lo desenterró y lo llevó de vuelta a su castillo. Allí dio órdenes al servicio de que lo limpiaran y lo colocaran en el salón principal, encima de la repisa de la Gran Chimenea.

Esa misma noche, Lord Monty celebraba una de sus fiestas. Los escasos invitados, entre los que se contaban nobles de segunda fila y algún aristócrata arruinado que esperaba cenar algo para variar, se encontraban en el salón principal. La velada transcurría con normalidad, hasta que Lady Greenslade reparó en la nueva figurita que se hallaba en la repisa de la Gran Chimenea. Las alabanzas al criterio artístico del anfitrión se sucedieron en cascada, primero por parte de la propia Lady Greenslade y después por el resto de invitados, que parecían bastante atraídos por el objeto misterioso. Repentinamente, la mente de Lord Monty se iluminó y tuvo una brillante idea: comenzó a contarles a todos una historia fantástica acerca de su origen, de cómo se trataba del ídolo de una ignota tribu indígena caníbal de los mares del Sur y de cómo había tenido que luchar por su vida para poder arrebatárselo a los salvajes y poder volver con él al fin sano y salvo a casa. Los gestos de emoción, horror y asombro a medida que la historia se desarrollaba dieron a Lord Monty la certeza del éxito de su idea. Y así fue; a la mañana siguiente toda la comarca hablaba de la hazaña de Lord Montgomery V, digno sucesor de la dinastía de los Montgomery.

Este éxito inesperado desató el ansia de notoriedad de Lord Monty, que comenzó a peinar la playa en busca de más restos de naufragios con los que seguir construyendo su leyenda. Pronto los trofeos donados por el mar se acabaron, y tuvo que comenzar a fabricarlos él mismo. Se pasaba horas en sus aposentos tallando maderas de los árboles de su jardín e incrustando piedras preciosas del tesoro familiar. Su fama y su popularidad crecían por días, los reyes y príncipes volvían a sus fiestas y se interesaban por la enorme colección de tesoros provinientes de las remotas tierras de Ultramar que acaparaba Lord Monty, y que ya ocupaban varios salones de su enorme castillo.

Pero la sed de reconocimiento de Lord Monty, enardecida e inflada por el baño de éxito y alabanzas que todo el mundo le dispensaba, le llevó a cometer un error fatal. En su última fiesta, mientras el mismísimo Rey le preguntaba acerca de sus próximas conquistas, Lord Monty anunció que iba a embarcarse en la mayor expedición que hombre alguno hubiera acometido: iba a navegar más allá de lugar en el que los mapas terminan, se adentraría en las Tierras Desconocidas y reclamaría sus tesoros y riquezas para la Corona. Tal afirmación llenó al Rey de gozo, quien le aseguró que a su vuelta sería debidamente reconocido por la mayor hazaña que el Reino hubiese visto jamás, y sería coronado como Virrey de las Tieras Desconocidas. Aquella mención estuvo a punto de hacer que Lord Monty se desmayase.

Por desgacia, el mayor temor de Lord Monty era navegar, las historias que su abuelo de había contado sobre monstruos y horrores marinos que arrastrabasn a los navegantes hasta las profundidades pra devorarlos habían hecho mella en su carácter pusilánime y miedoso. Así que ideó un plan: se escondería en las catacumbas de su castillo una temporada mientras se le ocurría la forma de continuar con su engaño y que el rey le nombrase Virrey de las Tierras Desconocidas. Pero los días pasaban y Lord Monty no lograba dar con una forma de que todo tuviese sentido y al mismo tiempo el rey no quisiera ir a visitar personalmente estas nuevas posesiones de la Corona.

Los días pasaron, las estaciones se sucedieron y Lord Monty jamás llegó a dar con un plan perfecto, por lo que tuvo que permanecer recluído durante el resto de sus dias en las catacumbas de su castillo. Al cabo de los años, en el mundo exterior fue considerado desaparecido durante su ambiciosa expedición, y así el Rey celebró una gran ceremonia en su honor, nombrando en ella su castillo y su colección como tesoro nacional y declarando el día en que partió hacia las Tierras Desconocidas como el día de Lord Montgomery V, un valeroso hombre desaparecido en pos de aumentar la grandeza de su país.

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