sábado, 22 de marzo de 2008

7.-Algún día

I

Las luces de los faroles alargaban las sombras de los coches que pasaban. Era una fría noche de invierno y la lluvia arreciaba mientras las hojas caían sobre el pavimento mojado mientras los transeúntes corrían por tomar un taxi disponible.
Andrés observaba la escena desde el alféizar de la ventana. Un frío entumecía sus dedos y podía sentir la respiración helándole los pulmones. Estaba en el piso 12 de un viejo edificio en remodelación y mirando en dirección a la calle vio a varios vagabundos calentándose las manos en el fuego proveniente de un tambor. No sabía muy bien quien estaba en mejor situación. Decidió darse unos minutos de calma.
El piso crujía a su andar, parecía que el techo había cedido terreno al tiempo al pasar los años y eso dejaba una triste cacofonía en su trayectoria. Por lo que decidió ir a la cocina que estaba varios pisos más abajo.
Había un dejo de miedo en sus pasos al dirigirse hacia ella. Había estado revisando las cámaras de seguridad y nada parecía fuera de lugar, más que una que otra rata buscando algo de esperanza. Su primo Paul lo esperaba al pie de la escalera.
- ¿Qué sucede Andrés, viste algún intruso? – preguntó Paul
- No. Todo en orden. - respondió Andrés lentamente.
Continuó bajando tomado del pasamano. Llevaba varias semanas trabajando de encargado de la seguridad del lugar y hasta el momento nada había pasado que pudiera ser considerado fuera de lugar. Sin embargo, en los últimos tres días Andrés se había sentido fuertemente observado. Sin saber a quién más recurrir, llamó a Paul para que lo acompañara en su último día de trabajo.
- Sabes. Es tu último día, todo saldrá bien. ¡Además se está muy bien aquí! He encendido un fuego, espero que te agrade – explicó Paul, mientras le alargaba una taza de café.
- Solo hay que vigilar el primer piso, podríamos hacer barricadas o algo. Habría que ser muy temerario para intentar entrar por algún otro piso. – dijo Andrés, tomando la taza.
- Andrés, nadie va a intentar entrar. ¿Qué hay para robar? Nada más que un montón de ratas podridas. Las puertas están bien aseguradas, y afuera no hay más que un par de vagabundos que apenas pueden moverse de tanto inhalar polvo.
- Sí…tienes razón. En fin, volveré a las cámaras. Gracias por el café. – concluyó Andrés.
Subió al cuarto piso y lo recorrió tranquilamente. Estaba iluminado por la luz de las velas y cada paso su llama se hacía más intensa. Andrés tomó una y la puso a la altura de su codo, mientras se dirigía a la escalera. El sonido de las risas… la melodía de las voces, eran tan profundas en su mente. Imaginar un momento feliz con los ojos cerrados para olvidar toda su espesura que lo envolvía en oscuridad. Siguió avanzando y palpó las murallas, parecían tibias al tacto, parecían casi vibrar. Andrés siguió su camino y se sentó al borde de la escalera. Dejó la vela en el piso y reposó su cabeza en sus brazos.
Una pequeña sacudida le acarició el pelo. El viento proveniente de uno de los agujeros de la ventana de la pared apagó su vela. Pero él siguió disfrutando de aquellas caricias, hasta que cayó en cuenta de que la vela que iluminaba su rostro ya no era la de él.
Lentamente se puso en pie, para contemplar lo que tenía enfrente.
- Oh! Andrés, ¿Qué haces aquí sentado? – preguntó la chica que estaba de pie frente a él.
- ¿Florencia? ¿Has vuelto a usar la llave que te di? Por lo menos avísame cada vez que vienes. Con razón me estaba sintiendo observado.
- Sabes que te he acompañado las veces que he podido. ¡Además como perderme tú último día!
- Es que sabes. Mi primo está unos pisos más abajo. No sé que pensaría si te viera.
- Descuida, puedo quedarme en los pisos de arriba, son los más espaciosos – replicó Florencia.
- Como quieras. Iba de camino a las cámaras. Así que ya sabes dónde encontrarme – concluyó Andrés.
Siguió subiendo, hacía cada vez más frío con cada paso y se hacía más oscuro. Caminó por el séptimo piso. Estaba muy oscuro, por lo que solía chocar con las cosas que habían desparramadas por el lugar. De pronto, sintió que algo le rozó los pies. La impresión fue muy vaga, pero en seguida su piel hizo contacto por algunos segundos con algo que parecían pelos erizados.
Retrocedió unos pocos pasos hacia la puerta y se dirigió raudo y veloz escaleras abajo hasta encontrarse con su primo, quien estaba entretenido viendo una porno en su compu.
- Oye Paul, déjate de estupideces por un rato. ¡hay algo en el séptimo!
- ¿Estás seguro?
Subieron lentamente. A pesar de estar fuertemente seguro de sí mismo. El primo de Andrés subía sosteniendo firme en su mano derecha el crucifijo que colgaba de su cuello. Continuaron hasta que la puerta del séptimo piso se los tragó. Paul encendió las luces. El cuarto parecía desierto, salvo…
- ¡Mira!, ¡un oso de peluche! – exclamó Paul
- ¿oye, este edificio tiene luz eléctrica?, ¿por qué prendemos velas? – preguntó contrariado Andrés.
- Pues no sé… pensé que te gustaba la ambientación – respondió Paul. A lo que agregó – Mejor ve y refréscate un poco. Mira que asustarte por un peluche.
Andrés entró en el cuarto de baño. Pulsó el interruptor y el cuarto quedó iluminado tenuemente por una luz roja de neón. Procedió entonces a girar la llave y llenó el lavatorio hasta los bordes. Hundió la cabeza y dejó que la música inundará sus oídos al cerrar los ojos; una bella sinfonía tocaba un piano, cada tecla tenía un sonido distinto y Andrés disfrutaba de ella bajo el agua. Abrió los ojos y la música desapareció en un instante.
Al levantar la vista, empezó a mirar su rostro en el espejo. Contempló sus ojos y vio reflejada sus facciones en su iris. Parecía cansado, aunque posiblemente serían las largas horas de vigilia. Todo parecía tranquilo, salvó la esquina inferior izquierda que parecía palpitar. Retrocedió lentamente y su ángulo de visión aumentó hasta ver un perro que le sonreía moviendo la cola en la parte inferior del espejo. Lo miro detenidamente, luego se giró. El perro salió de la habitación y cruzó la puerta. Andrés quedó en el umbral mientras veía al perro alejarse moviendo la cola. Volvió al espejo, el perro seguía allí, pero parecía tan triste…

II

Florencia le daba palmaditas para que recobrara la conciencia.
- Oye Andrés, despierta de una buena vez.
- Vi un perro.
- Vamos, ya sabes que la falta de sueño puede hacer ver cosas. ¿Por qué no caminamos o jugamos a algo? – prosiguió Florencia
Andrés se levantó pesadamente. A la luz artificial veía las bellas facciones de Florencia sonriéndole. Vestía un bello conjunto rosa que acentuaba sus curvas perfectas y tenía una bella flor rosa sobre su oreja derecha. La vio caminar hacia la entrada.
- Vamos Andrés, no tengas miedo. No va a pasar nada. – le dijo Florencia mientras coquetamente desaparecía en el umbral.
Decidió salir y seguir subiendo; allí los pisos eran más tranquilos, aunque había más ratas. Llegó hasta una de las habitaciones y entró. Era de las pocas que tenía cama. Se estiró y decidió dormir.
Una empleada con un delantal azul con flores rosas estaba al frente del que parecía su patrón, un viejo de facciones estiradas, barba blanca y algo de cabello que dejaba ver el paso de los años.
- ¡Vamos hazlo! Arrodíllate
- ¿Qué? ¿Por que quiere que haga eso señor?
- Si te digo que lo hagas, lo debes hacer. ¡Eres mi empleada!
El viejo se puso unos guantes de goma, o al menos eso parecía, podrían haber sido hechos de piel. Tomo un extremo del cable de metal, lo introdujo en uno de los enchufes y alargó el otro extremo a la empleada.
- Tómalo
- Señor…
- Te digo que lo TOMES
La empleada tomo la punta del cable y enseguida empezó con convulsiones mientras la electricidad recorría su cuerpo y extinguía su vida. Se oían chispazos. Andrés despertó sobresaltado.
- Andrés despierta, se ha cortado la luz. – dijo Paul
- ¿Qué ha pasado?
- No lo sé, estaba viendo algunas noticias y se ha cortado la luz. Iré a ver que pasa.
- ¿Oye Paul, me podrías dejar eso?
Tomó el crucifijo y pareció no soltarlo. Al ver sus intenciones, Paul decidió de buena manera cedérselo antes de irse.
Andrés subió hasta el desván. Era una pequeña habitación sin ventanas y solo iluminada por la luz de la luna. Por lo que tuvo que procurar dejar la puerta abierta al entrar antes de dirigirse al escritorio que estaba al fondo. Al llegar se sentó y abrió el primer cajón. Tenía una navaja muy afilada allí. Tomó el crucifijo y le cortó un bracito al cristo, luego se cortó la mitad de uno de sus dedos. La sangré brotó y cayó sobre sus pies.
- Andrés, no tienes que tener miedo. Tampoco tienes que estar solo. ¡Vamos, ya llega el alba!
- No sé si quiera que llegue el alba, creo que ya me estoy acostumbrando a este lugar.
- Como quieras. Pero una vez que llegue el alba recuerda que tienes que salir de aquí.
- Descuida
Andrés, tomó la mitad de su dedo y lo introdujo en el enchufe. Sonó otro chasquido, la luz volvió y la cisterna del baño de arriba empezó a trabajar.
<> pensó Andrés, mientras se dirigió a la puerta y bajó un par de escalones. Las murallas se inclinaron a sus pasos y pronto el ruido de las paredes pasó a ser un zumbido constante. Siguió bajando y los ladridos de su can lo siguieron todo el recorrido. Llegó hasta el piso donde estaba Florencia que jugaba con el peluche. Ella estaba sin camiseta, el peluche sin cabeza.
Andrés la tomó por un lado de la cintura. La tenía muy esbelta y con una curva muy pronunciada. La besó en el cuello juguetonamente.
- Florencia, ¿alguna vez pensaste en nosotros?
- No lo sé Andrés. No se pudo dar correctamente. Tendremos que conformarnos con eso. ¿no crees?
- Supongo que algún día estaremos juntos.
Florencia tenía una sonrisa en sus labios, pero sus ojos estaban lejos de reflejar la misma actitud. Andrés tomó su mano y volvió a hablar.
- ¿Puedo pasar a verte más rato?
- Claro que sí. Siempre puedes

III

El sol despuntaba en el horizonte. Ya casi no quedaban nubes y solo los charcos reflejaban la tormenta que se había desatado la noche anterior. Paul se restregaba los ojos.
- Oye Andrés la pasé de lujo. Hay mucho que hacer en esa casa. Lástima que se haya cortado la luz. Llamé a los del suministro, fue por esa maldita lluvia.
- Ya veo. Oye, aquí está tu crucifijo. Voy a pasar a ver a Florencia de vuelta así que me iré por el otro camino.
- Descuida. – dijo Paul. Mientras tomaba el crucifijo y se lo volvía a poner. Parecía más pesado que antes.
Andrés enfiló por la avenida calle abajo y se detuvo frente a un amplió portón. Llamó tres veces y pudo entrar. Caminando lentamente bajo el suave pasto recién cortado, disfrutó de la brisa del nuevo día. Se sentía mucho mejor al aire libre que dentro de un edificio oscuro y viejo. <> pensó Andrés.
Al llegar al lugar se arrodilló y besó la lápida.
- Siempre estás cuando te necesito. Gracias. – dijo, mientras dejaba una hermosa flor rosa sobre la tumba de su amiga.

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