domingo, 3 de febrero de 2008

15.-Girar alguna esquina

Cuando Johnny nació nunca tuvo la esperanza de tener un nombre. Toda su existencia se había basado en un momento delicado en el que todo cobraría un sentido. Pero Johnny no tenía a su favor los indicios. No era lo que se podía llamar un espécimen estándar. Durante su concepción, casi todos los agentes externos fallaron, debido probablemente a que Johnny fue creado en un lugar poco desarrollado. Las fluctuaciones en el suministro eléctrico, el instrumental antiguo y de mala calidad… Y los propios ancestros de Johnny, que no eran tampoco de la mejor pureza de raza. En consecuencia, y aunque para ojos inexpertos Johnny podía pasar por uno más, la realidad era que pertenecía al grupo que no triunfaría jamás. Johnny nunca soñó con tener un nombre.

Después de sus primeros años, en los que anduvo en el fondo de cajones de mala muerte, Johnny pudo aprender a apreciar por qué era siempre descartado para un trabajo. Su existencia estaba destinada al fracaso.De hecho, hasta los más capaces de su especie, fracasaban en un porcentaje alto. Para un ojo experto, Johnny era un deforme. Nadie en su sano juicio lo usaría para desempeñar su trabajo, a menos que quisiera que fracasase conscientemente. Aunque Johnny no lo supiera, muchos de sus compañeros se pasaban la vida en sus puestos para nunca llegar a conseguir tener un nombre. O pasaban su miserable existencia hacinados en pequeñas cajas o en el fondo de algún cajón. Claro que, determinados integrantes de su especie, pero de una clase más selectiva, tenían un porcentaje de éxito inaudito, pero esa es otra historia.

Johnny era un Don Nadie atrapado en la esquina de una caja marcada, llena de miembros marcados como él. Y aunque todo indicaba que su existencia se prolongaría en ese lugar hasta el final de los días, un golpe de fortuna hizo a Johnny escapar de su prisión e ir a parar a las manos de un comerciante, que sin mucho criterio lo añadió en un paquete de integrantes “buenos” de su especie. Y así fue como Johnny escapó de su monótona existencia y se vio transportado por la ciudad con un centenar de sus hermanos. Cosas del destino, Johnny fue añadido a la caja para reemplazar a un hermano perdido y acabo siendo de los primeros en salir.

Era una fría mañana de Febrero. Una gran ciudad y Johnny había salido con cinco de sus hermanos. Al contrario que en la caja, ahora no tenía contacto directo con ellos. Si Johnny hubiese sabido hablar, habría dicho algo como “Ha llegado mi momento. Ha llegado la hora de forjarme un nombre”. Pero se limitó a seguir embutido en su funda metálica.

Fueron transportados por la ciudad, a través de una ligera nevada, recorriendo los parques, por las interminables calles y avenidas, hasta llegar a una zona portuaria. Y por fin les llegó el momento. Al principio, solo les llegó la luz difusa de la mañana. Más tarde la claridad los envolvió y la brisa rozó sus costados. Y por último, comenzaron las detonaciones. Entre un sinfín de explosiones, Johnny se desplazaba suavemente en el mecanismo rotatorio, acercándose a su destino. Un último paso y la aguja del percutor atravesó la coraza de Johnny produciendo una gran explosión que lo separó de su funda. Johnny salió disparado del tambor, girando sobre sí mismo y atravesando el cañón entre llamaradas. No fue un disparo certero. Ni siquiera era un buen material y una buena manufactura. Johnny ganó su nombre gracias a la fortuna. Su trayectoria descendente se desvió al impactar con el suelo y con una pared, haciendo que Johnny perdiese partes de su propia integridad. Pero en su camino se cruzó el cráneo del individuo que le proporcionaría a Johnny su nombre.

Así que Johnny, nuestro protagonista, le robó el nombre a un chico de nueve años que caminaba hacia un colegio de los suburbios de su ciudad, próximo a la zona portuaria. Johnny, el chico, perdió el nombre mientras pensaba una excusa que justificase por qué no había hecho los deberes de matemáticas del día anterior. Johnny, el chico, vivía en un piso de los suburbios, rodeado de lo peor de su ciudad. Y al contrario que Johnny, nuestro Johnny, estaba condenado a perder el nombre al final de alguna calle o al girar alguna esquina.

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