sábado, 2 de febrero de 2008

14.-XMD-2000

Exemptus, eres un cabronazo. Me tienes aquí pegado a la pantalla de mi ordenador dándole vueltas a una idea que no me acaba de gustar. De hecho, estoy pensando en abandonar y escribir algo sobre zombies radiactivos devorando fornidas chicas de gimnasio. Bueno, ya se me ocurrirá algo. Voy a bajar a hacerle un asalto al frigorífico; dicen que el chocolate reactiva las neuronas.

Pero, ¿qué coño es esto? Tras la puerta de mi habitación se presenta un Universo. Un océano infinito de estrellas y vacío. Una fuerza me está atrayendo hacia fuera y no puedo pararla. Salto sin poder remediarlo y caigo rodeado de oscuridad. Noto la falta de oxígeno y empiezo a congestionarme. Mi sangre está hirviendo; levanto los brazos y veo como la piel se vuelve rojiza debido a unas grandes erupciones. Se me cae el pelo y me estoy empezando a hinchar; creo que el pie izquierdo me ha reventado. Partículas microscópicas atraviesan mi carne a velocidades inimaginables. No me duele nada. No siento nada. Mi cuerpo ha dejado de moverse; está muerto. Estará pululando por el espacio hasta que reviente por la presión o sea calcinado por el sol. Al menos no seré devorado por los gusanos. Nunca me gustaron esos bichos. Me veo a mí mismo, sin vida. Miro a mí alrededor, estrellas, planetas y meteoritos giran en torno a mí. Soy su punto de referencia, su centro de gravedad, la pieza básica del engranaje que los mueve. Algo que a pesar de tener un tamaño insignificante, para ellos es la pura esencia de su existencia. Soy Dios. Algo se acerca a trillones de kilómetros por segundo. Parece mi habitación. Debí dejarla muy lejos cuando salí; no se cuánto tiempo habrá pasado. Me engulle y me despierto.

Joder, que pesadilla más rara. Me ha hecho sudar como un pollo. Malditas películas de ciencia ficción. Miro hacia todos lados, todo parece normal; hasta el ordenador sigue encendido. Necesito refrescarme. Abro la puerta de mi cuarto y salgo. Pero no me encuentro en el pasillo de mi casa. Estoy en otro pasillo donde un foco me apunta directamente a los ojos, por lo que no puedo vislumbrar nada. Sigo caminando hasta dejar atrás el haz de luz. Estoy en un gran pabellón deportivo. Se me ocurre que es el “Madison Square Garden“de Nueva York aunque no lo haya pisado en mi vida. Pero sé que estoy allí. Está completamente vacío aunque está preparado como si estuviese a rebosar de aficionados. A lo largo del pasillo hay vallas de hierro separatorias de las cuales cuelgan banderas norteamericanas. Detrás de estas hay miles de sillas metálicas en color rojo, blanco y azul intercalados, formando un mosaico perfecto. En el techo focos y cámaras se pelean para tener su hueco. Hay bullicio, murmullos y gritos; pero no hay nadie. De repente suena una canción por miles de altavoces. No puede ser; es el “Real American”, la sintonía de entrada de Hulk Hogan. Sigo caminando hacia el centro del estadio donde un ring, minúsculo en comparación con el edificio, me espera. Cuando estoy cerca de él se para la música y comienza a hablar lo que parece ser un speaker. Lo hace en inglés por lo que logro captar algo de lo que dice. Me está invitando a subir al cuadrilátero. Al hacerlo todo el ruido se acalla, pasando al silencio más absoluto. Puedo oír el sonido de las cuerdas al tensarse cuando me apoyo en ellas para escalar el gran peldaño inferior. Paso por debajo de la cuerda del medio y me aproximo al centro del ring. En medio de éste hay algo tapado con una sábana negra. Me acerco despacio y tembloroso; el silencio es sepulcral. No es de extrañar pues el pabellón sigue vacío. Necesito saber que hay debajo, por lo que cojo la tela en su punto más alto y la deslizo hacia mí. Es un espejo algo más alto que yo. En él me veo reflejado perfectamente y observo mi rara vestimenta; típica de un luchador. Pantalón corto azul marino y una camiseta a medio cuerpo del mismo color que deja a la luz una parte de mi pecho y cobija la otra. También llevo unas botas blancas con una manzana estampada y una máscara muy ceñida la cual, por la comodidad que me ofrece, juraría que forma parte de mi cuerpo.

Me observo un rato y cada vez me veo más ridículo. Creo que me voy a desprender de este traje empezando por la máscara que, no se porque, empieza a asustarme. Apoyo mis dedos debajo de la barbilla y tiro de ella hacia arriba. Está demasiado apretada y me hace daño despojarme de esta segunda piel. A base de esfuerzo logro quitármela. La tiro al suelo y vuelvo a mirar el espejo. Lo que allí veo me horroriza aún más. Mi cabeza es una masa sanguinolenta adornada con algo de cabello en la coronilla. Lo demás son fibras, nervios, carne y sangre; además de una mandíbula y unos ojos que tienen la forma de una tétrica calavera que parece reírse de su portador. No puedo soportar más esa imagen así que decido romper el espejo infernal. Con mi puño desnudo le asesto un golpe que lo descompone en mil pedazos.
Se rompe el silencio. Todos gritan y aplauden. Los seres invisibles que me rodean jalean mi nombre. Cae confeti del techo y todos los focos me iluminan a la vez. Yo sonrío, aunque no pueda verlos sé que me adoran. Me siento importante, único, majestuoso; en fin, me siento amado. Levanto los brazos en señal de victoria y las voces de ánimo aumentan cada vez más. Estoy pletórico. Me da por mirar al suelo y lo que allí veo casi me vuelve loco: en cada trozo descompuesto del espejo hay una parte de mí retorciéndose de dolor y pidiendo clemencia.
De repente un dolor agudo recorre mi cuerpo. Siento como si me estuvieran separando en pedazos. Me retuerzo de manera imposible sobre mí mismo y empiezo a sangrar debido a unos grandes cortes que me salen en la piel. Me miro el pecho y me doy cuenta de lo que me está pasando: me estoy desquebrajando como antes hizo el cristal. No puedo evitarlo por lo que irremediable y dolorosamente caigo al suelo partido en mil pedazos. Desde allí y sintiendo el mismo sufrimiento indescriptible, me veo a mí mismo de pie festejando, como antes lo hiciera mi alter ego, mi victoria con los gritos de un público inexistente.

Vuelvo a despertarme sudando. Esto es muy raro. Dos pesadillas seguidas a cual más extraña. Tengo ganas de orinar pero creo que aguantaré un poco hasta que clarifique mis ideas. Me da miedo abrir la puerta y aparecer Dios sabe dónde. Me quedo en la cama; caliente y seguro. Comienzo a conciliar de nuevo el sueño y mi memoria regresa a épocas pasadas. Me encuentro en el instante donde realidad y ficción se entremezclan formando un mosaico de sensaciones imperceptibles para el raciocinio humano. No logro abrir los ojos pero veo mi habitación a través de ellos. Observo el techo amarillento que se alza frente a mí. Empiezo a estar nervioso: algo no va bien. Del susodicho techo comienza a brotar una sombra. Una especie de ente oscuro que va tomando forma según se despega del muro. Yo lo miro temeroso sin poder reaccionar porque ni siquiera soy capaz de mover las pestañas. Lo único que puedo hacer es ver, a través de mis ojos cerrados, como toma la forma de un ser fantasmal y temible. Intento despertarme, pero es imposible. Creo que estoy atascado entre dos mundos y necesito huir hacia el real. El ente se acerca y comienzo a notar como me falta el aire. Estoy muy asustado por lo que mi cerebro vuelve a mandar órdenes al resto del cuerpo para que se mueva. Éste hace caso omiso. Estoy desesperado pues la asfixia me está matando. Lucho contra ella, mas es una batalla perdida. Me veo a mí mismo desde fuera con una masa oscura, paralela a mi cuerpo, rozándome la nariz. No tiene cara, no tiene ojos, ni figura; pero intuyo una sonrisa macabra en ella. Ahora estoy frenético e intentando despertar de todas las formas posible. Necesito moverme.
Parece que hay suerte pues he conseguido girar mi brazo derecho, a pesar de sentir un cosquilleo intenso en él. Sigo con las piernas y la cabeza…la sombra sigue ahí aunque mi movilidad parece perturbarla. Estoy balanceando, de manera casi imperceptible, el torso. Mis movimientos tienen cada vez más intensidad. El ente sigue en su posición sin desplazarse ni un milímetro. Todo parece igual salvo su rostro; ahora se muestra dubitativo y nervioso. Mi agitación lo turba. Comienzo a despertar y él lo sabe. Acerca más su cara a la mía y mis movimientos se ralentizan, aunque él y yo sabemos que me voy a despertar en breve.

Así es. Logro abrir los ojos unos milímetros para observar como el fantasma desaparece a través del techo. Tras esa visión espantosa los abro del todo y observo toda mi habitación sin ver nada raro. Todo vuelve a ser normal. Tras el aturdimiento típico después de dormir me levanto de la cama. Encima de la mesita veo un paquete y un sobre abierto al lado; dentro de éste hay una carta. Me dispongo a leerla:

“Saludos sr. Fulgenciez

En el paquete adyacente le mandamos el XMD 2000. Como sabrá, este producto pretende convertirse en el inyector alucinógeno más potente del mercado en poco tiempo; por lo que le recomendamos que no lo use si está enfermo o se encuentra en un estado depresivo, por muy leve que sea. El objetivo de este gran estimulador neuronal es que usted, gracias a las pequeñas descargas eléctricas que produce a las neuronas de su cerebro, consiga percibir en estado de semi consciencia todos los pensamientos positivos que surjan del subconsciente. Por eso nuestra advertencia de que lo use con cautela, pues si su estado emocional no es el correcto, podría usted tener unas pesadillas harto peligrosas y perjudiciales para su equilibrio psicológico; ya que su cerebro en ese estado de semi consciencia percibiría como reales visiones que no lo son, pudiendo causarles éstas un tipo de esquizofrenia severa. No obstante, esto ocurriría en casos muy raros y estamos seguros de que el producto que hoy le presentamos conseguirá que sus sueños se hagan realidad en su mente, pudiendo así obtener unos sueños fantásticos.

Un saludo y gracias por ofrecerse para testar el XMD 2000

Pd.- Le mandamos dos dosis por si le falla la primera. Y recuerde que la empresa no se hace responsable de los daños que pueda causar el producto por su mala utilización.”


Parece que si hace efecto la jodida droga. Me ducho y me visto, pues el capullo de el encargado es un maniático de la puntualidad. Salgo al callejón trasero de mi bloque y miro al cielo; gris plomizo, otra vez. Es lunes, eso quiere decir que hoy toca un día espantoso en el supermercado. Habrá que limpiar, colocar y atender a todas las viejas del barrio soportando sus achaques y batallitas. Mis pensamientos me abruman. Me doy la vuelta decidido a tumbarme y probar suerte con esa segunda dosis.

FIN

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