viernes, 1 de febrero de 2008

16.-Manuscrito anónimo

14 de Marzo de 1965

11:30 -Hemos entrado en la gruta.

11:55 –Tuvimos que volver a salir porque olvidé la mochila de las provisiones. El Dr. Emerson murmuró algo sobre buscar otro porteador, a lo que el Dr. Friedrich contestó que no había tiempo. Uff.

12:00 –Hemos entrado de nuevo en la gruta.

14:00 –Pausa para almorzar. Ahora tendré tiempo para escribir tranquilamente en el diario. Hemos montado el campamento en un ensanchamiento del túnel. A partir de aquí la pendiente parece ser menos pronunciada. Está muy oscuro, apenas puedo ver unos metros por delante del haz de luz que proyecta la linterna sobre mi casco. El aire es húmedo y frío, menos mal que trajimos ropa de abrigo.

Los doctores están muy animados desde que nos internamos en la cueva. Hasta se han olvidado de mi descuido anterior. Están entusiasmados con las formaciones rocosas (como las llaman ellos) de las paredes. Yo solo veo pedruscos.
Tomo la medicación.

14:30 –Seguimos descendiendo. El profesor Barret tropezó con una estalactita (¿Estalagmita?) y por poco se despeña.

18:00 –Los túneles se han estrechado mucho y la bajada se vuelve más escarpada. Nos ha llevado varias horas descender solo unos pocos metros.

20:00 –Vamos a dormir. Aprovecharé para escribir más extensamente en el diario. Mi psiquiatra me recomendó una buena forma de serenar mi mente. Consiste en escribirse cartas a uno mismo relatando lo que haya ocurrido a lo largo del día. La verdad es que mandarme una carta a mí mismo me parece cosa de locos, así que decidí escribir un diario, que más o menos es lo mismo.

A ver, sobre que más podría escribir...
Hablaré sobre la expedición. Fue una suerte que me contrataran de porteador. Llevaba mucho tiempo sin encontrar trabajo desde el... Incidente. Los doctores Barret, Emerson, Marsten y Friedrich son expertos geólogos, pero como espeleólogos son unos aficionados.

Hace cosa de un mes un movimiento de tierra derrumbó parte de la base de la montaña, descubriendo una entrada a una gruta que había quedado tapada por los corrimientos de tierra hace décadas. El suceso atrajo a muchos curiosos y a algunos científicos muy interesados por el tema, aunque yo no le veo el interés a arrastrarse por túneles oscuros como los topos.

Los científicos llegaron al pueblo la semana pasada y desde entonces han estado planificando el descenso. Les costó encontrar a alguien que accediera a hacer de porteador, porque en el pueblo persiste la superstición de que la gruta está maldita. Mi psiquiatra me dice que no haga caso de supersticiones, así que acepté encantado. Además, al ser el único que se prestó voluntario, no indagaron mucho sobre mi pasado. Una verdadera suerte. Solo necesitaron saber que trabajé dos años de minero.
Estoy cansado, voy a dormirme ya.

15 de Marzo de 1965

9:00 –Proseguimos la marcha... Tomo la medicación.

12:00 –Hemos llegado a una nueva zona. La galería se ensancha hasta formar una cueva de tamaños colosales, ni siquiera nos es posible ver el techo sobre nuestras cabezas. Estamos maravillados. Además hay piedras muy brillantes incrustadas por todas partes, en las paredes. Si las enfocas con la linterna brillan con todos los colores del arco iris. El Dr. Emerson ha dicho con lágrimas en los ojos que nunca había visto nada igual.

14:15 –Ha ocurrido algo muy malo. ¡He perdido el bote de las pastillas! Se me ha debido de caer en alguna grieta, y volver a buscarla es imposible. Dios ¿Qué voy a hacer ahora? Debo intentar mantenerme sereno. Pensamientos positivos. Fuera pensamientos negativos...

14:30 –Reanudamos la marcha tras el almuerzo. Los doctores están muy animados.

16:00 –Una de las joyas de las paredes se ha desprendido a mis pies cuando me recosté a descansar. La he cogido y me la he guardado en el bolsillo. Es muy bonita.

17:00 –La piedra que cogí me habla. Es muy simpática. La llamaré Brillitos.

18:00 –Brillitos dice que la gruta es sagrada y que algo horrible nos sucederá si seguimos profanándola. Los doctores no quieren oír hablar de marcharnos.

19:00 –Hemos alcanzado el fondo de la gruta. Parece un estómago gigantesco. Acaba en una pared enorme, ominosa y completamente lisa, salvo por un detalle. Un diamante del tamaño de una pelota de baloncesto. Los doctores se han excitado muchísimo. Hablan de sacarlo, pero Brillitos me ruega que no les deje hacerlo u ocurrirá lo peor.

20:00 –Volvimos al túnel anterior antes de llegar al estómago de la gruta, para pasar la noche. El aire ahí abajo está muy viciado y empezábamos a marearnos. No paran de discutir sobre como separar el brillante de la roca sin que se rompa en trozos menores. He hablado con ellos pero no me quieren escuchar. Debo intentar convencerles de que lo mejor es marcharnos, debo hacerlo a cualquier precio.

00:15 –Duermen. Los oigo roncar. No me escucharon. Malditos. Brillitos dice que desconfían de mí, que mi reticencia les extraña. Insensatos. Brillitos dice que esperarán al amanecer y se llevarán el diamante mientras duermo. No lo permitiré. Ahora sé que debo hacer. Que dios me perdone, pero lo impediré de la única forma que sé. No alcanzarán la cámara del diamante ¡NUNCA!
Ahora duermen, es el momento.

16 de Marzo de 1965

11:00 –No están, se han ido sin mí. Atarles los cordones de las botas entre ellos no ha sido suficiente.
Debo bajar a buscarles, no pueden llevarse el diamante. ¿Será demasiado tarde?




14 de Marzo de 2005

Mientras limpiaba el baúl, heredado de mi tío abuelo Joseph, hallé este diario. La coincidencia ha querido que lo haya encontrado cuando se cumplen cuarenta años justos de toda aquella historia de la cueva que aquí se cuenta. Los sucesos aquí narrados me han dejado muy intrigado, aunque ya los conocía de boca de mi propio tío abuelo, que en paz descanse.

He sentido que lo más justo (¿Con quien? Me pregunto) es darle un epílogo a esta rocambolesca narración, en base a las historias que mi tío nos contaba cuando bebía más de la cuenta, o se sentía especialmente melancólico. Acabada mi tarea, lo tiraré a cualquier contenedor de basura. Siento que también es lo justo.

La versión oficial es que los gases emanados por la roca provocaron la muerte por asfixia de los científicos, siendo mi tío el único que conservó el conocimiento por no haber dormido en el fondo de la cueva.

Los del pueblo no tuvieron problemas en creerlo. Después de todo, la gruta estaba maldita, los sabihondos se lo buscaron.
La policía no tuvo tanta predisposición a dejar correr el asunto, más aun después de leer el historial médico de Joseph. Pero providencialmente un derrumbe volvió a enterrar la entrada a la caverna poco después de que tío Joseph huyera, por lo que la investigación se convirtió en un imposible. Quedó en libertad sin cargos.

Por lo que a mí respecta, las páginas de este diario no reflejan más que los desvaríos de un pobre diablo falto de su medicina.

Pero él siempre negó que fueran alucinaciones, aun en sus momentos de más lucidez. Hasta el mismo día de su muerte, agonizando en una destartalada cama de hospital, juró y perjuró que la mañana del 16 de marzo del 1965, cuando bajó al fondo de la gruta no había rastro de los doctores. Pero que al dirigirse a la lisa pared final de la caverna no halló uno, sino cinco enormes diamantes incrustados en la roca, refulgiendo con aterradora desesperación.

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