viernes, 1 de febrero de 2008

8.-Los ojos de Cleopatra

“Para lo que necesitaba hacer, tenía que librarse de aquel individuo lo más pronto posible”

Mientras Richard Johnson conducía, pensaba en las vueltas que da la vida, la primera vez que vio a Vivian Laraney fue en una iglesia, era el día del funeral de su compañero, a pesar de ello, no pudo evitar fijarse en esa bella joven de largo cabello negro y piernas interminables.

Tres días después, volvió a verla, pero esta vez llamando a las puertas de su oficina “Johnson & Belt, Investigadores Privados”, enseguida la reconoció pero esta vez pudo observarla con más detenimiento, era demasiado alta para su gusto, pero debido a sus escasos 170 cm. eso le pasaba con frecuencia. La invito a sentarse y a contarle su caso sin decirle que la había visto en el funeral de Henry.

Fue ella la que desde un primer momento le contó que Blent había estado trabajando para ella y probablemente fuera esto lo que había provocado su muerte. Johnson pensó que por el momento era sincera.

Richard conocía perfectamente a su compañero, juntos habían ingresado en la policía y habían pasado por algún asunto turbio, como cualquier polizonte de San Francisco, pero habían conseguido salir de ello y fundar la agencia de investigadores.

Lo que le extrañaba no era que se hubiera ocupado de un caso por su cuenta y sin contarle nada, pues solía hacerlo, lo preocupante era que ese caso le había llevado hasta la muerte y Henry Blent se había conseguido en un detective de casos de poco riesgo y dinero fácil.

Fue la señorita Laraney quien le saco de dudas, ella le hablo de “Los ojos de Cleopatra”, al ver la sorpresa de Johnson, le explicó que se trataba de dos diamantes de gran tamaño que adquirieron tan curioso nombre cuando un coleccionista egipcio comparó su belleza con los de la antigua emperatriz del Nilo.

Era normal que un detective como Johnson no hubiera oído hablar nunca de ellos, pues evidentemente no constaban en ningún registro legal y durante años se habían convertido en objeto de codicia de grandes coleccionistas privados.

Tras la muerte de su último propietario conocido, había comenzado una carrera en la búsqueda de tan preciada mercancía, carrera en la que la señorita Laraney quería participar, razón por la cual había contratado a su socio.

La oferta que le hacía Vivian Laraney era clara, continuar la investigación donde la había dejado Blent y si llegaran a encontrar los diamantes ella se encargaría de venderlos al mejor postor y Richard cobraría el 20% de la venta lo que podía suponer una cifra de seis ceros si jugaban bien sus cartas, pero si no los encontraban no cobraría nada, la señorita Laraney era inteligente, hacía una apuesta, pero el único que corría algún riesgo era el detective privado.

Richard Johnson nunca se había considerado un hombre avaricioso, pero tenía que reconocer que si conseguía encontrar los diamantes la recompensa sería suficiente para dejar esa vida para siempre, además quería investigar la muerte de su socio, por eso a pesar de no confiar del todo en la señorita Laraney decidió aceptar el caso.

Johnson y Blent habían aprendido algunas cosas desde que se convirtieron en detectives y una de ellas era guardar pruebas de todas sus investigaciones en un lugar seguro por si luego tenían problemas con la justicia, cuando eran policías no hacía falta que justificaran sus actuaciones, los jueces los protegían, pero siendo investigadores privados era diferente.

Por suerte para Richard sabía perfectamente donde guardaba su compañero las pruebas, en una caja blindada en su apartamento, y donde escondía la llave de la caja, en un falso fondo del tacón de sus zapatos.

Pero no iba a tener tanta fortuna en todo, Henry Blent no era un hombre que se preocupara excesivamente por su aspecto físico y su elegancia en el vestir, así que había sido enterrado con el único par de zapatos que poseía.

Así que ahí se encontraba, llegando al cementerio donde había enterrado a su compañero hace apenas unos días, junto a la iglesia donde había visto a la señorita Laraney por primera vez y estaba dispuesto a desenterrarle para robarle los zapatos, definitivamente cuando dejó la policía no pensaba que iba acabar haciendo este tipo de cosas.

“Todo estaba a punto de acabar, pero tenía la sensación de que Johnson no se fiaba del todo de ella, en cuanto acabara de cavar la tumba le eliminaría, todo sería tan poético, así descansaría junto a su compañero, y por fin habría eliminado a los dos policías que habían arreglado las pruebas para que su hermano acabara en la cámara de gas”.

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