viernes, 1 de febrero de 2008

6.- Días de lluvia



El día había amanecido gris plomizo. Salí rápidamente a la calle. Llovía y yo había olvidado mi paraguas. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo había llegado a aquella situación? Salir de casa casi huyendo, sólo por no escuchar sus gritos, esos gritos que me hacían tanto daño, casi incluso más que los golpes. Nunca he salido corriendo en esas situaciones, siempre he afrontado todo lo que me pasaba, y he aceptado que era mi culpa, si la tenía, como solía ser la mayor parte de las veces. Pero esta vez fue diferente. Me hirió con sus palabras, me acusó de algo que era completamente incierto y, encima, pasó toda la noche fuera, sin darme ni una sola explicación. Yo no tengo la culpa de sus celos extremos, puede que yo sea cariñosa con mis amigos, y con la gente en general, pero eso no es serle infiel o querer serlo. Jamás lo he pensado, le quiero demasiado como para hacerle daño. Le quiero tanto que estoy dispuesta a perdonárselo todo, o casi todo… Estaba inmersa en estos pensamientos cuando llegó María y me dio un intenso abrazo. Había quedado con ella para desayunar. Se había retrasado un poco, pero ese es su gran defecto, la impuntualidad. Tampoco es que tuviera mucha importancia al fin y al cabo, ese tiempo que estuve a solas me sirvió para pensar un poco. Tenía el resto de la mañana libre, ya que era fiesta y sólo fui al colegio donde trabajo a terminar de rellenar unos papeles para el director. Necesitaba un café bien cargado, que me despertara un poco y me ayudara a pensar con claridad. Me sentía mal por lo que había pasado en aquellas últimas horas, necesitaba hablar con alguien de confianza, y esa era María. Siempre la he considerado una gran amiga, mi mejor amiga, siempre ha estado ahí cuando la he necesitado, y ahora no iba a ser menos. Me conoce demasiado bien, sabía por qué la había llamado sin apenas decirle nada.


El café estaba frío cuando le di le primer sorbo. Habíamos estado hablando durante casi dos horas. Le estuve explicando la situación. La noche anterior, Andrés y yo fuimos a tomarnos algo al bar que hay justo en la esquina de nuestra calle, con un amigo suyo del trabajo, Rafa, y dos amigas mías del colegio, Silvia y Mónica, con las cuales hacia tiempo que no quedaba. Hacía demasiado frío, el cielo estaba amenazando con lluvias, y como realmente tampoco teníamos muchas ganas de movernos de esos butacones tan cómodos y tan generosos en espacio, decidimos quedarnos allí toda la noche. Estuvimos hablando durante un buen rato, nos tomamos unas copas, contamos chistes y jugamos un poco a las cartas. El compañero de trabajo de mi marido era muy simpático, hacía bromas y todos nos reíamos. Lo mejor de la noche fue cuando Silvia y Rafa se pusieron a contar chistes sin parar ¡cómo me reí! Se puede decir que me lo pasé bien, me alegró mucho relacionarme con gente después de estar tiempo sin salir.


Al llegar a nuestra casa fue cuando empezó todo. No recuerdo muy bien como pasó, pero empezó a decirme que había estado coqueteando con su compañero de trabajo, que le sonreía y que le había enviado unas miradas muy provocadoras durante la cena, que todos se habían dado cuenta de ello. Yo traté de explicarle que eso no era cierto. Fue entonces cuando se enfureció y se marchó de casa dejando tras él un sonoro portazo. Pasé toda la noche en vela, llamándole por teléfono (cosa que no sirvió de nada porque tenía el móvil apagado), pensando en lo que me había dicho y en todo lo que había pasado aquella noche, intentado recordar si había hecho algo que fundamentara sus palabras. Me pasé gran parte de la noche mirando por la ventana, a ver si volvía, pero lo único que podía ver eran las gotas de lluvia deslizándose por los cristales. Se hizo de día, estaba viendo las noticias de la mañana tumbada en el sofá cuando regresó. Le pregunté que dónde había estado, le dije me había tenido preocupada toda la noche sin saber nada y sólo obtuve silencio. Estuve un buen rato esperando una respuesta, y como no la hubo, le dije “muy bien, haz lo que te plazca, me da igual” y me preparé para ir al colegio. El día estaba gris y estaba lloviendo. Había estado haciendo frío durante toda la noche, así que me abrigué mucho, cogí mi bolso y me dispuse a coger mi paraguas y a salir a la calle. Pero antes de que pudiera hacerlo, Andrés se interpuso en mi camino, me agarró de los brazos y me lanzó contra el sofá. Me hizo daño, pero peores fueron sus palabras, me volvió a insultar, me llamó zorra, y me dijo que no iba a tolerar que tonteara con sus amigos y que después me quedara tan tranquila como si no hubiera pasado nada. Hizo el ademán de pegarme, pero no lo consiguió, se desplomó en el suelo cuando su mano estaba a menos de cinco centímetros de mi cara. En ese momento comprendí que no sabía lo que decía, estaba borracho, se había pasado la noche bebiendo, y a saber con quién. Recogí mi bolso, que había ido a parar al suelo cuando me cogió de los brazos, y al ver que se volvía a levantar, y que gritaba cada vez más fuerte, salí de casa lo más rápido que pude.


María escuchó muy atenta mi historia, pero no se sorprendió. Ni siquiera me dijo nada cuando termine de hablar. Ni un gesto, sólo me miro y dejó su mirada fija en una marca que tenia de la última disputa con él. Ella siempre me decía que lo dejara, que no me convenía, pero yo nunca le he hecho caso, aunque siempre he sabido que lleva razón. Pero quiero confiar en Andrés, en que va a cambiar como me prometió, y esperando ese cambio es como han pasado los 5 últimos meses de mi vida. Pero esta vez María no me dijo eso. Sólo dos frases: que yo sabía lo que hacía, y que ya era mayorcita como para darme cuenta de que, a veces, las personas no cambian. Esas palabras se quedaron retumbando en mi cabeza durante algún tiempo. Estuvimos en silencio durante un breve momento y como no quería seguir hablando de lo que había pasado, le saqué tema y empezamos a hablar de ella. En esos últimos meses la veía muy triste, tenia un trabajo que no le gustaba y lo había dejado con su novio, no se si era por eso, o por las noticias que llegaban de su familia desde el otro lado del mundo, o quizá por ambas cosas.
Después de hablar un poco de su insufrible trabajo y de su odioso jefe, nos fuimos a dar una vuelta por el centro, ya que el tiempo había amainado un poco y había parado de llover; las tiendas estaban cerradas, pero nos entreteníamos mirando escaparates. Casi llegué a olvidarme de mis problemas.


Volví a casa sobre las dos, él no estaba, supuse que estaría en el taller por algo urgente. Hice la comida, le preparé su plato preferido, para intentar calmar un poco los ánimos, y cuando terminé me senté en el sofá y me quedé viendo la tele esperando que volviera. Creo que estuve despierta alrededor de media hora, viendo las noticias, pero estaba muy cansada y me dormí sin darme cuenta. Cuando me desperté, todo seguía igual, habían pasado casi cuatro horas y él no había regresado. Le llamé por teléfono, pero seguía apagado, muchas veces me he preguntado para que lo tenía, si cuando intentabas localizarlo lo tenia “apagado o fuera de cobertura”. Llamé al taller a ver si aún seguía trabajando, pero no contestaron al teléfono, ¡claro! era día festivo, supongo que además no habría ninguna urgencia y por eso no había nadie. Esperé un poco más, por si había llamado al taller justo cuando acaba de salir y estaba de camino. Me asomé por la ventana. Estaba lloviendo intensamente. Odio los días de lluvia, nunca me han gustado, ¡todo se vuelve tan gris! Lo único que me gusta de esos días es que es posible que después puedas ver el arco iris, pero nada más. De pronto ví aparecer a Rafa, el compañero de trabajo de mi marido. Se acercó al portal de mi piso y llamó a la puerta. ¿A qué habría venido? Le abrí la puerta atemorizada, pensaba que le había pasado algo a Andrés. Afortunadamente, venia por menesteres mucho más alegres. Sólo quería saber el teléfono de Silvia, al parecer le gustó bastante, y no cayó en la cuenta de pedírselo aquella noche. Silvia era divorciada, , era incapaz de mantener una relación a distancia y me alegré de que Rafa se interesara por ella. Le ofrecí un café pero me dijo que tenía prisa y se marchó. A los pocos segundos de que se marchara Rafa, regreso mi marido. Estaba furioso, nunca lo había visto tan enfadado. Al parecer, vio a Rafa salir de casa y a saber lo que pensó. No recuerdo muy bien lo que pasó pero empezamos a discutir, me empujó y caí al suelo.

El medico dice que es normal que no lo recuerde. Me di un buen golpe en la cabeza, y hay casos en los que se sufre de amnesia. Quizás me alegre un poco el no saber exactamente lo que pasó aquella tarde. Pero lo que mas me alegra es saber que hoy me dan el alta, después de cuatro días hospitalizada. Mañana quedaré con mi abogada. Ha pedido una orden de alejamiento. Así no podrá volver a hacerme daño. Miré por la ventana de mi habitación antes de irme, al fin dejó de llover y un sol brillante y primaveral se alzaba en el cielo. Al fin pude ver el arco iris.

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