viernes, 8 de febrero de 2008

5.-Valquiria triunfante

“Ya ha pasado más de un año. ¡Maldita sea! Con la de cosas que nos dejó a todos, y no dejo de preguntarme cómo fue la celda en la que pasó sus últimos días. Si tuvo una ventana en ella, por la que poder ver sus últimos amaneceres; si pudo sentir los cálidos rayos del Sol en su rostro. Esa cosa en apariencia tan sencilla y que ella tanto adoraba. ¿Será esta celda en la que me encuentro parecida a la suya? ¡No! Debo ser capaz de olvidar todas estas nimiedades… Debo recordar lo más importante. Ella fue la que me enseñó a luchar en lo que uno cree, sin importar el precio a pagar; a que luchásemos por ser libres, aunque nos reprimiesen. Hasta las últimas consecuencias… ¡Sophie!”

Frieda estaba de pie sobre el camastro, mirando a través de la ventana enrejada. Dio gracias a Dios por esa ventana. Por poder ver un nuevo día, con el cielo despejado. Por poder ver el Sol brillando sobre Munich.

Los bombardeos habían hecho mella en la ciudad. Muchos edificios estaban en ruinas. No sólo en Munich. En toda Alemania, en todo el mundo. Pese a todo, pensó con cierto rubor y vergüenza, sentir la calidez de un nuevo día en su rostro era fantástico. Seguía con vida.

Escuchó unos pasos fuera, en el pasillo. Alguien se acercaba. Como cada vez que sucedía eso, tuvo miedo. A la coacción, a la tortura. Aullidos, gritos y lamentos la despertaban algunas noches. Pero, sobre todo, ella tenía miedo al fin, el fin de todo. A que todo acabara y ella no pudiera ver el fin de la guerra. Sophie, Hans y muchos otros, muertos. Hitler seguía enviando a la muerte a millones de alemanes.

Los pasos se habían detenido delante de su puerta. Se puso en pie. Tenía el corazón a punto de salirle del pecho. Pero al abrirse la puerta, lo único que vio fue a un viejo amigo. Bien, de hecho algo más que un amigo. Era alguien a quien no veía desde hacía tiempo. Le costó reconocer esa persona en el hombre que tenía delante, empequeñecido y cabizbajo como estaba. Ni rastro del orgullo y del porte que solían acompañarle siempre. Hermann. Su primer amor.

-Hola, Frieda.

Lo dijo como si nunca hubieran dejado de verse. Como cuando fueron amigos y amantes, aunque de eso hacía mucho tiempo. Se quedó absorta, no podía salir de su asombro. ¡Hermann!

-¿Q... qué… qué estás haciendo tú aquí?
-Verás, traigo noticias. Supongo que a ti en particular te resultarán especialmente interesantes. Las primeras investigaciones, junto a los hechos que se están sucediendo en diferentes partes de Alemania, sobre todo en Berlín, no dejan lugar a dudas. Supongo que también deben de haber novedades en todos los frentes… pero mis informadores han dejado de transmitir. Deben estar huyendo.

Hermann no la miraba a la cara. Se había sentado en el camastro. Era incapaz de levantar la mirada del suelo. Parecía que de un momento a otro podría echarse a llorar.

-Pero… Hermann, ¿para qué vienes aquí? ¿Por qué vienes a mí? Estoy convencida de que tu cargo no te obliga a compartir esa información tan importante con una acusada de alta traición.

Hermann dejó escapar una risa forzada.

-Eso ya no importa. Esto es el fin, Frieda. Vosotros ganáis. Alemania pierde.

¿Qué demonios quería decir?

Frieda recordó el simulacro de juicio, en octubre del año anterior. Sospechaba que había acabado con esa condena gracias a Hermann, pese a que no lo viese en ningún momento. En la cárcel, pero con vida, sin torturas, sin dolor, sin interrogatorios… No podía ser de otro modo, él habría intercedido por ella. Una suerte que no corrieron muchos amigos suyos. Un hombre importante en la oficina del gauleiter tenía ciertos privilegios; para ella, haber sido su amante hasta poco antes de estallar la guerra le había llevado a ese lugar, la sección para mujeres de la cárcel de Munich. ¡Cuán lejanos quedaban los tiempos anteriores a la guerra!

El “vosotros” al que hacía referencia Hermann debían ser Sophie, Hans y todos sus compañeros de la Rosa Blanca. Tanto los que estaban en su misma situación como los que habían corrido peor suerte. Lo que la llevó a ese sitio.

-Han atentado contra el Führer en la Wolfschanze, mientras celebraban una reunión del Alto Mando. Nadie ha sobrevivido. Los informadores que tenía cerca de la zona, antes de escapar, me han hablado de ese conde… El tullido, Claus Von Stauffenberg. Por lo que parece, salió de la sala de reuniones poco antes de la explosión. Alegando una llamada que no podía dejar de atender… ¡Maldito cobarde! ¡Traidor malnacido! ¡Asesino del pueblo alemán!

Ella no creía haber oído bien. Adolf Hitler, ¿muerto? Hermann se había levantado. Mientras iba explicándole las nuevas noticias, ella vio como se iba alterando, como sus ojos iban de un lado a otro.

-No ha sido el enemigo quien ha acabado con nuestro guía y libertador, no. Ha sido uno de los “nuestros”… En mala hora confiamos en gente como él. O como Göring, “Meyer” Göring. O como el cobarde y perdedor Rommel… Seguro que alguno de ellos también está detrás del asesinato. La revolución ha estallado en toda Alemania, Frieda.

Hitler muerto. Y muchos de los demás jefes. Un atentado, llevado a cabo por un conde alemán. ¿Revolución? ¿En Berlín también? ¿La guerra llegaría a su fin con esta muerte y este levantamiento? ¿Quién podría querer continuar con ese sinsentido? Llanto, dolor, sufrimiento... ¿Podrían acabar con ellos?

-Estábamos delante de una ocasión única… El Imperio que tenía que durar mil años ya estaba dando sus primeros pasos, ¡bien firmes que eran! Las rápidas victorias, las conquistas en toda Europa, el pacto con Rusia que certificó Ribbentrop, una idea brillante… Y la posterior lucha en el frente del este, atacando por sorpresa al enemigo. ¡Brillante! ¡Una heroica batalla! La conquista de Stalingrado el año pasado debería haber sido el paso definitivo para la conquista del frente. Un golpe para la moral de los soviéticos, un golpe al corazón y a la cabeza del bolchevismo. Una liberación para toda Europa. Una señal clara y visible para todo el mundo ¿Cómo pudimos volver a perder la ciudad? ¡La Guerra Total era el camino! ¡La tormenta de acero era el primer paso!

La conquista y pérdida de Stalingrado no había sido la única clave. Como otras tantas decisiones de Hitler, lo único que se consiguió con ello fue alargar sin sentido la guerra. Las invasiones por el este y el oeste estaban haciendo retroceder a todas las divisiones alemanas.

Stalingrado… 30 grados bajo cero y sin suministros…

-Sí, Frieda, sí. Puedes estar contenta. Ahora llegarán americanos, británicos y soviéticos para repartirse Alemania, para destruirla hasta las cenizas. El pueblo alemán jamás volverá a levantarse. No queda ninguna esperanza para nosotros, Frieda.
-No, Hermann. Nos subestimas si crees que esto es el fin. Donde tú ves solamente el final del camino, yo veo un comienzo. Una nueva esperanza, un nuevo camino.
-¡Cómo puedes decir eso! ¡El nuevo orden que debería haber sido establecido no ha sido nada más que un espejismo! No veré jamás una Alemania grande y libre. El Tercer Reich habría sido luz e inspiración para todo el mundo. Una guía y un modelo. Inglaterra, los Estados Unidos… y otras naciones habrían reconocido la grandeza y el bienestar de nuestro Imperio. Todo el pueblo dichoso, afortunado y libre, con trabajo. Nuestra cultura… ¡Una brillante nación aria! ¡Todo eso se ha perdido con la pérdida de nuestro Führer!
-El Tercer Reich agonizaba hace ya meses, Hermann. Este imperio ha sido un azote de Dios contra la Humanidad. Sí, ha sido un castigo de Dios.
-¡Frieda!
-Si no lo puedes ver como lo veo yo piensa, al menos piensa… en nuestros soldados, en el terror que debieron sentir al sentirse rodeados por el enemigo… en Stalingrado, en los desiertos de África, en las islas griegas, en las profundidades de los mares y océanos… En tantos y tantos lugares…Las embriagadoras victorias de la guerra relámpago os cegaron a demasiados.

Hermann se dejó caer de nuevo sobre el camastro.

-El único consuelo que me queda es que han hecho de Hitler y de los muertos en el día de hoy unos mártires. Serán recordados con devota reverencia.
-¿Mártires? ¿Devota reverencia? ¡Cómo puedes decir eso! En el momento en que salgan a la luz todos los documentos, testimonios, noticias… sobre las muertes en masa, los campos de exterminio, la arbitrariedad de las decisiones de Hitler y sus hombres… caerá la venda que tenían algunos y les impedía ver la realidad. Aquellos que vivían con miedo por fin podrán volver a salir a las calles. ¡Un nuevo horizonte se abre para Alemania! ¡Por fin se dejará atrás la maldad, la inhumanidad y el fanatismo! El pueblo podrá volver a hablar, a ser tenido en cuenta.
-Tú y tus “ideales”… ¡Qué será ahora de nosotros! No es posible que cada individuo escoja lo que es bueno y lo que es malo. Eso deriva en un caos. En un paraíso del delito. Pensamiento libre, federalismo, democracia… ¡Falacias! ¡Pantomimas! Sin ley no hay orden.
-¿Quién dictaba esa ley? ¿Por qué se enviaba a la muerte a los niños con deficiencias? El horror de las muertes en masa pesará en las conciencias de generaciones enteras. Juzgabais esas vidas como vidas sin valor, y ese es un juicio que sólo atañe a Dios. No se puede ocultar la verdad de los hechos. Jamás mostraréis ningún arrepentimiento por vuestros viles actos. Habíais decidido por el pueblo, y lo que hemos conseguido es ser el pueblo más odiado y repudiado del mundo…Habéis desvirtuado el significado de la palabra “libertad”, y también el de la palabra “honor”. No podía haber libertad con Hitler, no con el más tirano y despreciable tirano que haya soportado jamás pueblo alguno, no…

Frieda calló. Había movimiento en el pasillo. Pasos, que se habían detenido delante de la puerta de la celda de Frieda. Al abrirla, vieron a dos jóvenes. Armados. Buscaban a Hermann. Un hombre importante para el gauleiter…

-Sí que se han dado prisa en encontrarme… ¿Qué crees que me va a pasar, Frieda?
-No lo sé. Pero quiero creer… me gustaría pensar en que vas a recibir un juicio justo. Algo que Roland Freisler y muchos como él negaban a patriotas alemanes. Si tus manos no están manchadas de sangre no creo que tengas nada que temer.

Hermann esbozó una triste sonrisa, escéptico.

-Adiós, Frieda.
-Adiós, Hermann.

Frieda miró hacia la celda mientras se lo llevaban. Vio el camastro, el armario, la ventana… Y volvió a recordar a Sophie Scholl, a su hermano Hans. A Alexander, a Willi, al profesor Hubert... Pese a que se oían disparos en la calle, no pudo aguantar más en ese lugar, y salió a la calle. A sentir los cálidos rayos del sol, al fin libre.

“La guerra ha acabado en Europa, Sophie. No nos han convertido en cenizas, todavía tenemos la suficiente fuerza como para decidir nuestro destino. Hemos evitado el abismo, hemos oído y hemos visto, le hemos ganado la batalla a la indiferencia. ¡Alemania ha despertado! ¡Se ha puesto en pie! No les hemos seguido en su camino hacia la perdición, no se ha luchado hasta el último hombre. Contribuiremos a dar vida a la Europa debilitada de hoy. El sacrificio tuvo su recompensa, Sophie. Valió la pena”.

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Nota del autor: reconozco, no sin cierto pesar, que he plagiado fragmentos de las octavillas de la Rosa Blanca. No pude evitarlo. No pude encontrar palabras más adecuadas que las de estos alemanes. También he usado más material de la II Guerra Mundial. Pido perdón por ello, pero lo juzgué necesario. Aunque indica muchas carencias, reconozco que seguramente lo volvería a hacer.

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